afilando mis herramientas

     Después de un fin de semana tranquilo, afilando el hacha…, el lunes llega cargado de energía, quisiera dejar aquí un texto que alguien quiso transmitirme, este viernes me hice con él, se lo leí a Jorge y esbozamos una sonrisa pues el texto nos era demasiado familiar…, espero que nos haga reflexionar y nos lleve a soluciones…

    El texto de Jorge Bucay, está extraído de su libro «Déjame que te cuente«:

«El Leñador tenaz:

     -No sé que pasa, gordo. En la facultad no me va como a mí me gustaría.
-¿Qué quiere decir eso?
-Que mi rendimiento va bajando <<sin prisa pero sin pausa>>, desde que empezó el año. Mis calificaciones son siempre sietes y ochos, a veces algún nueve. Pero en los últimos exámenes no he podido pasar de un seis. No sé , no rindo, no me puedo concentrar, no tengo ganas.
     -Bueno, Demián, también tienes que tener en cuenta que estamos a finales de año. Quizá necesites un descanso.
-Pienso tomarme un descanso, pero todavía faltan dos meses para fin de año, y antes de eso es imposible. No puedo parar para tomarme unas vacaciones.
-A veces me parece que la civilización ha conseguido volvernos locos a todos. Dormimos de doce a ocho, comemos de doce a una, cenamos de nueve a diez…. En realidad, nuestras actividades las decide el reloj, no nuestras ganas. A mí me parece que para algunas cosas es imprescindible cierto grado de orden, pero para otras es absolutamente incomprensible obedecer el orden preestablecido.
Como quieras, pero yo ahora no puedo parar.
-Pero siguiendo, me dices que tu rendimiento disminuye.
Debe haber otra forma!

     Había una vez un leñador que se presentó a trabajarafilar el hacha en una  maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.
En un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito- le dijo el capataz-. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
-Debo estar cansado- pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a  batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: <<¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?>>.
-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.

     -¿De qué sirve, Demian, empezar con un enorme esfuerzo que pronto se volverá insuficiente? Cuando me esfuerzo, el tiempo de recuperación nunca es suficiente para optimizar mi rendimiento.
     Descansar, cambiar de ocupación, hacer otras cosas, es muchas veces una manera de afilar nuestras herramientas. Seguir haciendo algo a la fuerza, en cambio, es un vano intento de reemplazar con voluntad la incapacidad de un individuo en un momento determinado.»