…cuando la cabeza no se pierde porque está unida a mí.

cualquier dia pierdo la cabeza     El viernes fue la carpeta, que aún no sé donde está, y ayer la carpeta de  proyectos que ha decidido dormir en la puerta de casa apoyada contra el marco….espero se haya oxigenado y la inspiración me llegue trabajando-.

     Si avanzo y olvido lo aprendido no me sirve avanzar, así que creo que es mejor dar un paso atrás, reaprender y seguir adelante. Y todo esto me recuerda a mi propósito de este 2009

     «Ana se había ido sin su carpeta de dibujo. Sonrió mientras reordenaba su día para tener tiempo de pasar por la escuela para dejarle la carpeta a su hija.
     El agua para el té debía estar a punto, así que se apresuró para llegar a la cocina y, una vez allí, escuchó el clásico ruido del agua al romper el hervor. Apagó el fuego y enseguida abrió la caja donde guardaba el té. <<¿Cuál?>>, pensó mientras miraba los diferentes sobres de todos los colores ordenados cuidadosamente en dos hileras.
     Miró por el gran ventanal que daba al jardín y decidió que tomaría el <<Ensueño>>, una mezcla de té negro, menta y canela. (…) El recuerdo de Fredy la condujo al libro: le debía todavía la lista bibliográfica sobre parejas.
     Con un pequeño esfuerzo resistió la tentanión de levantarse con la taza en la mano para ir a su escritorio. Durante años había trabajado sobre sí misma para conseguir no interrumpirse haciendo más de una cosa a la vez, sobre todo cuando la tarea era placentera. Así que terminó sin urgencias su té y sólo después se situó delante de la biblioteca

                                  Jorge Bucay y Silvia Salinas. Amarse con los ojos abiertos

Porque NO Ángel, desde pequeña no me han dicho que soy muy guapa

    Porque esta no creo que sea una manera de enseñar, porque no entiendo qué aportan frases como esa…. y porque hay cosas que no me han enseñado

     «Antes de morir, hija mía, quisiera estar seguro de haberte enseñado a disfrutar del AMOR .corazón artístico
     A enfrentar tus miedos y confiar en tu fuerza.
     A entusiasmarte con la vida.
     A pedir ayuda cuando la necesites.
     A decir o callar según tu conveniencia.
     A ser amiga de ti misma.
     A no tenerle miedo al ridículo.
     A darte cuenta de lo mucho que mereces ser querida.
     A tomar tus propias decisiones.
     A quedarte con el crédito por tus logros.
     A superar la adicción a la aprobación  de los demás.
     A no hacerte cargo de las responsabilidades de todos.
     A ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia.
     A dar porque quieres, y nunca porque estás obligada a hacerlo.

     Antes de morir, hija mía, quisiera estar seguro de haberte enseñado a exigir que se te pague adecuadamente por tu trabajo.
     A aceptar tus limitaciones y vulnerabilidades sin enojo.
     A no imponer tu criterio, ni permitir que te impongan el de otros.
     A decir que sí sólo cuando quieras y a decir que no sin culpas.
     A tomar más riesgos.
     A aceptar el cambio y revisar tus creencias.
     A tratar y exigir ser tratada con respeto.
     A llenar primero tu copa y recién después, la de los demás.
     A planear el futuro sin intentar vivir en función de él
.

     Quisiera Claudia, hija mía, estar seguro de que has aprendido a valorar tu intuición,
     que celebras la diferencia entre los sexos,
     que haces de la comprensión y el perdón tus prioridades
     que te aceptas así, tal como eres.
     Que creces aprendiendo de los encuentros y de los fracasos. 
     Que te permites reír a carcajadas por la calle, sin ninguna razón.

     Pero sobre todo, hija mía, porque te amo más que a nadie en el mundo,
      quisiera estar seguro de haberte enseñado a no idolatrar a nadie, y a mi, menos que a nadie.»

Poema de Jorge Bucay dirigido a su hija Claudia

     Por eso me lo tomo como algo personal; pero me prometo a mi misma aprender vivir, estoy en ello.

aprender…

     Últimamente me siento como un niña pequeña, sin formar, que se encuentra desnuda en el mundo. Siento que poco de lo anterior vale, que toca caminar para adelante, aprender a caminar, con nuevos valores, nuevas sensaciones, que no siempre son fáciles, pues en eso estamos, en aprender. Así, pasito a pasito, cada día me va regalando su lección, las lecciones vienen de muchos sitios, a veces agobian, otras duelen, pero a la larga enseñan, y consiguen que mi alma vuelva  a sonreír.

     Cuando olvidas quien eres, qué quieres, hacia donde vas, todo es confuso y tus pasos te hacen tambalear…, pero ahora sabes que eres un lienzo en blanco

     Ahora mi trabajo, no es sólo arquitectónico, y lo que he aprendido es que eso no importa, estoy trabajando mucho, en algo muy importante y haber descubierto esto ha sido todo un regalo.

     En la búsqueda voy atenta a cada miguita que algún Hansel y/o Gretel dejaron en medio del camino, pequeños tesoros que me van dando pistas para continuar mi camino…

El verdadero valor del anillo
     -Vengo maestro porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
     El maestro, sin mirarlo, le dijo: <<Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después…>>. Y, haciendo una pausa, agregó: <<Si quisiseras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar>>.
    –E… encantado, maestro -titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
     -Bien -continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió-: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él, la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
     El joven tomó el anillo  y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.
     Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
     Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
     Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
     Entró en la habitación.
     -Maestro -dijo -, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
     –Eso que has dicho es muy importante, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo.Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que re ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
     El joven volvió a cabalgar.
     El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
     -Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
     -¿Cincuenta y ocho monedas? -exclamó el joven.
     -Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente…
     El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
     -Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres el verdadero valor del anillo como ese anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Porque vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
     Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.»

Jorge Bucay. Déjame que te cuente. «El verdadero valor del anillo». P. 33-36

afilando mis herramientas

     Después de un fin de semana tranquilo, afilando el hacha…, el lunes llega cargado de energía, quisiera dejar aquí un texto que alguien quiso transmitirme, este viernes me hice con él, se lo leí a Jorge y esbozamos una sonrisa pues el texto nos era demasiado familiar…, espero que nos haga reflexionar y nos lleve a soluciones…

    El texto de Jorge Bucay, está extraído de su libro «Déjame que te cuente«:

«El Leñador tenaz:

     -No sé que pasa, gordo. En la facultad no me va como a mí me gustaría.
-¿Qué quiere decir eso?
-Que mi rendimiento va bajando <<sin prisa pero sin pausa>>, desde que empezó el año. Mis calificaciones son siempre sietes y ochos, a veces algún nueve. Pero en los últimos exámenes no he podido pasar de un seis. No sé , no rindo, no me puedo concentrar, no tengo ganas.
     -Bueno, Demián, también tienes que tener en cuenta que estamos a finales de año. Quizá necesites un descanso.
-Pienso tomarme un descanso, pero todavía faltan dos meses para fin de año, y antes de eso es imposible. No puedo parar para tomarme unas vacaciones.
-A veces me parece que la civilización ha conseguido volvernos locos a todos. Dormimos de doce a ocho, comemos de doce a una, cenamos de nueve a diez…. En realidad, nuestras actividades las decide el reloj, no nuestras ganas. A mí me parece que para algunas cosas es imprescindible cierto grado de orden, pero para otras es absolutamente incomprensible obedecer el orden preestablecido.
Como quieras, pero yo ahora no puedo parar.
-Pero siguiendo, me dices que tu rendimiento disminuye.
Debe haber otra forma!

     Había una vez un leñador que se presentó a trabajarafilar el hacha en una  maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.
En un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito- le dijo el capataz-. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
-Debo estar cansado- pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a  batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: <<¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?>>.
-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.

     -¿De qué sirve, Demian, empezar con un enorme esfuerzo que pronto se volverá insuficiente? Cuando me esfuerzo, el tiempo de recuperación nunca es suficiente para optimizar mi rendimiento.
     Descansar, cambiar de ocupación, hacer otras cosas, es muchas veces una manera de afilar nuestras herramientas. Seguir haciendo algo a la fuerza, en cambio, es un vano intento de reemplazar con voluntad la incapacidad de un individuo en un momento determinado.»